1. Llegó a apostar con sus amigos una gran suma de dinero a que era capaz de reprochar a la reina (Doña Isabel, esposa de Felipe IV) su regia cojera. Al recibir las apuestas de todos sus amigos (no pensaron que se atrevería), Quevedo aguardó la ocasión. Al poco tiempo, fue invitado a Palacio a una importante recepción. Se presentó con dos hermosas y bellas flores, siendo una rosa y un clavel. Al acercarse a la reina, la entregó ambas flores diciéndole:
- “Entre el clavel y la rosa, Su Majestad es-coja”.
2. En la época que le tocó vivir, era común la costumbre de orinar en la propia calle. Recordemos que estamos en el Madrid del Siglo XVII, en donde la gente arrojaba por la ventana el contenido de orinales, vacías y demás vasijas al grito de “¡Agua va!”. Esta falta de higiene en la urbe provocaba un insoportable hedor en la ciudad. Para evitar orinar en cualquier lugar, se colocaron crucifijos en aquellos rincones propicios al desahogo. Junto a la cruz, una inscripción rezaba: “Donde hay una cruz no se orina”. De este modo se pretendía disuadir al viandante de hacer aguas junto al sagrado símbolo y, por ende, en la vía pública. Cierto día, Quevedo buscó un rincón para sus necesidades y encontró la cruz con su leyenda. Nuestro autor añadió al cartel el texto de que “… y donde se orina no se ponen cruces”.
3.- En otra ocasión, le piden que improvisara una cuarteta en la que interviniera la rima lápiz, que es de las pocas palabras en español que carecen de rima consonante. Inmediatamente Quevedo le escribió:
Al escribir con mi lápiz4.- "Estaban Quevedo y el rey, y iban subiendo unas escaleras, y se le desató el zapato [a Quevedo]. Y al atárselo, como se le puso el culo en pompa, le dio el rey un manotazo en el culo para que siguiera, y Quevedo se tiró un pedo.
he cometido un desliz.
Resulta que he escrito tápiz,
en vez de escribir tapiz.
Y va y le dice el rey:
– ¡Hombre, Quevedo...!Y Quevedo contestó:
– Hombre, ¿a qué puerta llamará el rey que no le abran?"
5.- Francisco
de Quevedo fue célebre por su agudeza. En una ocasión un aprendiz de
poeta se empeño en leerle un par de sonetos acababa de componer.
Cuando acabó la lectura del primero, quiso conocer la opinión del maestro: "El siguiente será mejor", apuntó Quevedo "¿Como podéis saberlo, si aún no lo he leído?", replicó el aprendiz. "Sencillamente, amigo mío, porque es imposible que sea peor que el que acabáis de leerme".
A una nariz
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado.
Era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.
Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce Tribus de narices era.
Érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito.
Soneto (catorce versos de once sílabas:
dos cuartetos [o serventesios] y dos tercetos)
Once en cada verso
É-ra-se_un- hom-be_a_u-na-riz-pe-ga-do,11
é-ra-se_u-na-na-riz-su-per-la-ti-va, 11
é-ra-se_u-na-na-riz-sa-yón-y_es-cri-ba, 11
é-ra-se_un-pe-je_es-pa-da-muy-bar-ba- do. 11
Érase un hombre a una nariz pegado, A
érase una nariz superlativa, B
érase una nariz sayón y escriba, B
érase un peje espada muy barbado. A
Era un reloj de sol mal encarado, A
érase una alquitara pensativa, B
érase un elefante boca arriba, B
era Ovidio Nasón más narizado. A
Érase un espolón de una galera, C
érase una pirámide de Egito, D
las doce Tribus de narices era. C
Érase un naricísimo infinito, D
muchísimo nariz, nariz tan fiera C
que en la cara de Anás fuera delito. D
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