EMPATÍA Y LECCIONES
Había una vez una niña con muletas. Se le rompió una y no tenía con qué desplazarse. Lo pasaba muy mal encerrada en casa sin poder salir, mientras veía a otros chicos y chicas de su edad jugando fuera y saliendo a la calle.
Un día, como siempre, estaba asomada a la ventana cuando vio a un niño en silla de ruedas. Ella pensó que seguramente él también estaba solo, pero de repente, vio que cuatro chicos se acercaron al niño y estuvieron hablando y riéndose juntos sin importarles la dificultad que tenían. Incluso hacían carreras y el niño corría con la silla.
La niña se sorprendió mucho al ver que, en realidad, el niño estaba bien acompañado y que sus amigos le ayudaban a subir y bajar bordillos, a desplazarse más rápido,…
Después de observarlos un buen rato, se perdieron del alcance de la vista de la niña. Ella se quedó pensativa, recordando lo que había visto.
Al final, llegó a la conclusión de que un problema de movilidad no tiene por qué impedir disfrutar de la vida ya que, por lo menos, la lesión de la niña era pasajera y se le curaría, pero lo que tenía el niño le duraría de por vida. Era para siempre. Y aún así no le importaba verse con las piernas inmóviles y a sus amigos tampoco porque, al fin y al cabo, para eso son los amigos. Sólo les tiene que importar su personalidad. No cómo seas de aspecto ni si eres rico o pobre. Tampoco tiene que importarles lo que tengas o lo que no tengas. El regalo más bonito que puede ofrecerte alguien que no lleva tu sangre es la amistad, una amistad verdadera, duradera y, sobre todo, desinteresada.
Al mes de todo aquello, la niña ya volvía a correr, a saltar, a caminar,… Y cada vez que veía una silla de ruedas o unas muletas, le entraba una dulce sonrisa y recordaba la valiosa lección que aprendió. La de que hay que olvidarse de problemas que te detengan y centrarse en la felicidad de uno mismo y la de los demás, poniéndote “en la piel del otro” y averiguando lo que puede sentir.
Nerea R.T. 6º B
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